“El valor auténtico no se eleva apagando luces, sino aprendiendo a brillar junto a ellas.” Rafael E. Mejías
En la vida académica, profesional y personal, muchas veces buscamos destacar, ser reconocidos y validar nuestro propio esfuerzo. Ese deseo de superación es natural y necesario, pero se convierte en un problema cuando nuestra forma de crecer implica minimizar, criticar o desacreditar a otros. El verdadero valor no se construye en comparación con las debilidades ajenas, sino en la fortaleza que cada cual desarrolla desde su interior.
Quitarle mérito a otra persona para elevarnos es una trampa peligrosa, nos aleja de la autenticidad y nos convierte en dependientes de la caída de los demás. Vivir compitiendo con otros crea un ciclo de insatisfacción porque nuestro valor se mide en base a factores externos y no en lo que realmente somos capaces de lograr. La verdadera autoestima y el liderazgo genuino nacen de la coherencia, del esfuerzo constante y de la capacidad de reconocer que el brillo de otro no apaga el nuestro.
Un ejemplo de la vida diaria por ejemplo son: En la universidad cuando un estudiante minimiza los logros de otro para justificar su propio desempeño, en lugar de aprender de él e inspirarse. En la familia cuando un hermano o hermana busca reconocimiento resaltando los errores del otro, en lugar de celebrar los éxitos compartidos y en el trabajo sucede cuando un compañero resta importancia a las aportaciones de su colega para destacar frente a un supervisor. En todos estos casos, la estrategia de apagar la luz de otro solo produce ambientes de desconfianza y rivalidad.
Al contrario de lo que muchos piensan, reconocer los méritos ajenos no nos hace más pequeños, nos engrandece. Una comunidad fuerte no se edifica sobre la competencia destructiva, sino sobre la colaboración. Valorar las capacidades ajenas no resta, suma. Reconocer lo bueno en los demás no disminuye nuestra propia grandeza, la multiplica. La metáfora es sencilla, una vela no pierde su luz al encender otra; el sol y la luna brillan en distintos momentos, sin competir, porque cada uno tiene su propósito.
Algunas de las recomendaciones practicas pueden ser las siguientes. Practicar la gratitud: Reconocer el aporte de los demás en nuestro crecimiento. Celebrar logros ajenos: Aprender a felicitar y admirar sinceramente los éxitos de quienes nos rodean. Competir con uno mismo: En vez de compararnos con otros, trazarnos metas personales de superación constante. Por último, pero no menos importante es Construir comunidad: Fomentemos ambientes de respeto, donde cada persona sepa que su brillo es necesario para el conjunto.
El verdadero liderazgo se manifiesta cuando logramos inspirar a los demás con nuestra propia luz, sin sentir la necesidad de apagar la de otros. Crecer sin restar, avanzar sin herir y brillar juntos es la ruta hacia una vida más plena y significativa.
Finalizamos como de costumbre con nuestra pregunta reflexiva: ¿Estoy construyendo mi valor desde mi esfuerzo y autenticidad, o lo estoy midiendo a partir de lo que le resto a los demás?