“El perdón no borra el pasado, pero abre la puerta a un futuro donde la herida deja de tener poder sobre nosotros” Rafael E. Mejías
Hoy comenzamos una serie de escritos sobre versos de la Biblia Reina-Valera 1960. Soy un principiante en este proceso de leer la Biblia, pero sobre todo en la interpretación de los versos. Esperamos que les sea de agrado y que nos puedan comentar.
El perdón es una de las experiencias más profundas y transformadoras en la vida de cualquier ser humano. No se trata de un simple acto de cortesía ni de debilidad, sino de una decisión consciente que rompe cadenas emocionales y abre caminos hacia la paz. Aunque en ocasiones el corazón desee justicia o venganza, la Biblia nos recuerda que perdonar es un mandato y una oportunidad para liberarnos del peso del resentimiento.
Perdonar no significa olvidar lo sucedido ni justificar lo malo. El perdón es más bien una manera de sanar el alma, permitiendo que la herida deje de gobernar nuestros pensamientos y emociones. Jesús enseñó que el perdón debe practicarse de manera ilimitada: “No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Mateo 18:22, RVR1960). Esto implica que el perdón no tiene fecha de caducidad ni un número definido, sino que debe ser parte de nuestra forma de vivir.
En la vida cotidiana, esto se refleja en situaciones tan comunes como conflictos familiares, desacuerdos en el trabajo, traiciones entre amistades o palabras dichas en momentos de enojo. Guardar resentimiento en cualquiera de estos escenarios provoca que la herida se mantenga abierta, generando amargura y desgaste emocional. Por el contrario, cuando elegimos perdonar, tomamos control sobre nuestras emociones y dejamos que la paz de Dios ocupe el lugar del dolor.
Un ejemplo práctico puede ser en las relaciones familiares. Una discusión entre hermanos o una falta de apoyo en momentos de necesidad puede levantar muros de silencio que duran años. Sin embargo, una decisión de perdón sincero puede restaurar vínculos rotos y devolver la armonía al hogar. En el ámbito laboral, perdonar una injusticia o un maltrato puede evitar ambientes tóxicos, permitiendo crecer en madurez emocional y profesional.
En nuestra cotidianidad de nuestras vidas, el perdón no es únicamente un beneficio para quien lo recibe, sino especialmente para quien lo otorga. Al liberar a otros de su falta o error, también nos liberamos a nosotros mismos de la carga de la amargura. La ciencia incluso respalda este principio bíblico: diversos estudios han demostrado que las personas que practican el perdón experimentan menos estrés, mejor salud física y mayor bienestar emocional.
Perdonar es, entonces, un acto de obediencia, pero también un regalo que nos damos a nosotros mismos. Es reconocer que, así como Dios nos ha perdonado innumerables veces, estamos llamados a extender esa misma gracia a los demás. El poder del perdón radica en nuestra capacidad de transformar el dolor en paz. Aunque no siempre es fácil, cada acto de perdón es un paso hacia una vida más plena y coherente con el ejemplo de Cristo.
Finalizamos con nuestra pregunta reflexiva:¿A quién necesitamos perdonar hoy para comenzar a caminar en verdadera libertad?
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