“Un verdadero líder espiritual no busca seguidores, sino que cultiva nuevos líderes que sirvan con pasión, compromiso y visión del Reino.” Rafael E. Mejías
En esta segunda entrega de nuestra serie dominical sobre el liderazgo eclesiástico, reflexionamos sobre una necesidad urgente en muchas comunidades de fe: formar nuevos líderes. En lugar de centralizar el poder, el líder espiritual tiene la responsabilidad de multiplicarse, de sembrar en otros el llamado al servicio, y de empoderarlos para que lideren con su propia identidad y dones.
Uno de los mayores legados de Jesús fue formar discípulos. Él no solo predicaba, sino que caminaba con los suyos, enseñaba con el ejemplo y los enviaba a cumplir misión. Lo mismo hizo el apóstol Pablo al acompañar, enseñar y confiar en Timoteo, Tito y tantos más. Esa es la esencia del liderazgo cristiano; multiplicar la visión, no acumular responsabilidades.
Formar nuevos líderes no significa delegar tareas para descansar, sino acompañar procesos de crecimiento espiritual. Implica observar con discernimiento, identificar talentos, ofrecer oportunidades, corregir con amor y afirmar con humildad. El discipulado auténtico no se mide por conocimientos teóricos, sino por el fruto que da el carácter moldeado en Cristo.
Hemos visto cómo comunidades se estancan porque todo gira alrededor de una sola figura. También hemos visto cómo otras florecen porque su líder supo compartir el espacio, sembrar en otros y dejar que otros crezcan. El liderazgo que se multiplica asegura continuidad, frescura espiritual y relevancia generacional. Algunas de las recomendaciones prácticas para multiplicar líderes en la iglesia podrían ser… Identificar con intención. Observar quién tiene disposición, responsabilidad y vocación de servicio. Acompañar con cercanía. Caminar junto a quienes están comenzando, compartir nuestra experiencia y escuchar sus dudas. Confiar, pero de verdad. Deleguemos con propósito, permitamos errores formativos y celebrar los aciertos. Formar con visión. Es crea espacios de enseñanza, diálogo bíblico, mentoría y retroalimentación constante y Evaluar con amor. No desde la perfección, sino desde el crecimiento integral.
Finalizamos con nuestra pregunta reflexiva: ¿Estamos formando líderes que continúen la misión, o estamos reteniendo el llamado solo para nosotros?
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