Vivimos en un mundo donde los límites entre la realidad y nuestras percepciones se difuminan cada vez más. Nos encontramos atrapados entre lo tangible y lo intangible, entre lo que sucede objetivamente y lo que decidimos creer. Esta dualidad no es nueva, pero en una era saturada de información y estímulos constantes, se vuelve más compleja y desafiante.
El mundo real es aquel que podemos tocar, medir y observar. Es la suma de nuestras circunstancias objetivas, el espacio físico y social en el que existimos. Aquí encontramos las leyes de la naturaleza, el paso del tiempo y la inevitabilidad de los ciclos de la vida. Es un mundo donde las acciones tienen consecuencias y donde la verdad puede ser a veces dura, cruda y, en muchas ocasiones, difícil de aceptar.
En este mundo en el cual vivimos, enfrentamos problemas concretos como el cambio climático, las desigualdades sociales, las enfermedades y los retos personales. Son desafíos palpables que requieren soluciones reales, decisiones firmes y una mirada crítica hacia lo que nos rodea.
Por otro lado, existe el mundo que creamos en nuestra mente, en nuestras creencias y narrativas. Es un universo moldeado por nuestras percepciones, pensamientos y emociones. Aquí, la realidad es filtrada y reinterpretada para que encaje con nuestras experiencias, deseos y temores. Este mundo es subjetivo y único para cada uno de nosotros.
Creamos mundos paralelos cuando decidimos ignorar verdades incómodas o construir una realidad a la medida de nuestras expectativas. Las redes sociales son un claro ejemplo de este fenómeno: en ellas seleccionamos qué mostrar y qué ocultar, construyendo una imagen personal que rara vez refleja toda nuestra realidad. También fabricamos mundos cuando elegimos aferrarnos a creencias limitantes o nos contamos historias que nos impiden avanzar.
La pregunta básica que debemos contestarnos es ¿Dónde habitamos más? Desde mi perspectiva, en la mayoría de las veces, transitamos entre ambos mundos sin darnos cuenta. Nos refugiamos en nuestras percepciones cuando el mundo real se vuelve demasiado pesado y regresamos a la realidad cuando nuestras creaciones mentales no pueden sostenerse por más tiempo. Sin embargo, el peligro surge cuando nos quedamos atrapados en un mundo de ilusiones, desconectándonos de la verdadera esencia de lo que vivimos y de quienes somos.
Habitar exclusivamente en el mundo creado por nuestra mente puede llevarnos a la desconexión, al autoengaño y a la inacción. En cambio, anclarnos únicamente en el mundo real, sin espacio para la imaginación o la creatividad, puede convertirnos en personas rígidas y carentes de visión.
La clave está en encontrar un equilibrio entre ambos mundos. Debemos tener el coraje de enfrentar la realidad con honestidad y responsabilidad, pero también permitirnos soñar, imaginar y crear un futuro diferente. Nuestras percepciones y creaciones pueden ser herramientas poderosas para transformar el mundo real.
Qué tal si nos preguntamos ¿Estamos usando nuestras creaciones mentales para evitar la realidad o para moldearla y mejorarla?
Vivir en el mundo real y al mismo tiempo crear nuestra propia versión de él, es una habilidad humana única. No debemos renunciar a la verdad ni a la creatividad. La realidad necesita soñadores que actúen, y los sueños necesitan personas realistas que los aterricen.
Les y nos dejo con esta pregunta reflexiva ¿Qué mundo estamos eligiendo habitar hoy?