En el transcurso de nuestras vidas, nos enfrentamos a innumerables desafíos y situaciones que pueden generar preocupación. La preocupación, en su esencia, es una respuesta natural a la incertidumbre y al miedo ante lo desconocido. Sin embargo, la manera en que manejamos esta preocupación puede determinar significativamente nuestro bienestar y éxito. Es aquí donde surge la pregunta fundamental: ¿Me preocupo o me ocupo?
Preocuparnos implica un estado mental donde nos centramos en los posibles problemas y obstáculos que podríamos enfrentar. Ese momento puede paralizarnos, consumiendo nuestra energía mental y emocional. La preocupación, aunque a veces inevitable, rara vez ofrece soluciones prácticas. Más bien, nos hunde en un ciclo de pensamientos negativos que puede llevar a la ansiedad y al estrés.
Ocuparse, por otro lado, implica tomar acción. Es la respuesta proactiva a las situaciones que nos causan inquietud. Ocuparse significa identificar esas áreas en las que podemos influir y trabajar activamente para mejorar esas situaciones. En lugar de quedarnos atrapados en un ciclo de preocupación, transformamos esa energía en acciones constructivas.
Hay momento que nos colocan en situaciones difíciles que debemos pasar de preocupación a la acción. Un ejemplo es cuando tenemos alguna situación o condición de salud. Nos envolvemos en la situación de la preocupación de que tendremos, cuando lo que debemos hacer es ocuparnos y comunicarnos con los médicos para coordinar las citas médicas pertinentes. Otro tema son las finanzas. A veces, nos envolvemos en comprar cosas y, como se dice en el campo, tenemos el agua hasta el cuello, porque nos ataca la ansiedad constante por las deudas y los gastos. Si pasamos de la preocupación a la ocupación, una buena idea sería desarrollar un presupuesto o buscar asesoramiento financiero y explorar distintas fuentes para conseguir más ingresos adicionales.
Otra situación son las relaciones. En ocasiones tememos perder una amistad o relación importante por alguna situación. Si saliéramos de ese “estatus quo” estuviéramos haciendo las gestiones pertinentes para comunicarnos con la persona de forma abierta y sincera, pedir disculpas si ese fuera el caso y trabajar en el fortalecimiento de la relación y buscar soluciones juntos.
Debemos adoptar un enfoque proactivo ante la vida, que nos permita mantener el control sobre nuestras circunstancias. Esto no significa que podamos controlarlo todo, pero sí podemos controlar cómo respondemos. Al ocuparnos de las situaciones, cultivamos un sentido de urgencia y empoderamiento que nos proteja contra el desgaste emocional de la preocupación constante.
Algunas recomendaciones que nos pueden ayudar en ocuparnos son:
Identificar las áreas más críticas que requieren atención y concentrarse en ellas primero. En otras palabras, poner prioridades. Lo segundo que podemos hacer es dar pequeños pasos. A menudo, los problemas parecen abrumadores. Dividirlos en pasos manejables puede hacer que las acciones sean más factibles.
Otro paso es buscar apoyo. Debemos mentalizarnos que no tenemos que hacerlo todo solos. Se vale buscar la ayuda de amigos, familiares o profesionales puedan aportar nuevas perspectivas y soluciones. Por último, pero no menos importante, debemos mantener una actitud positiva. Una mentalidad positiva puede transformar la manera en que vemos los desafíos, facilitando la transición de la preocupación a la ocupación.
Finalmente, preocuparse es una reacción humana natural, pero no debe dominar nuestras vidas. Al elegir ocuparnos en lugar de preocuparnos, transformamos nuestros miedos en acciones tangibles y constructivas. Esta transición no solo nos ayuda a resolver problemas de manera efectiva, sino que también nos proporciona una mayor paz mental y bienestar emocional. La próxima vez que nos enfrentemos a una situación desafiante, preguntémoslo: ¿Me estoy preocupando o me estoy ocupando? La respuesta puede marcar una gran diferencia.